Las infecciones graves, también llamadas sepsis, son de las enfermedades más temidas de la edad infantil. Una infección grave se caracteriza por su rápida progresión y por las graves consecuencias que puede tener sobre el niño aun diagnosticándola y tratándola a tiempo. Como otras muchas patologías el resultado dependerá de la edad del niño, el germen productor y los síntomas con los que se inicie el cuadro.
Este cuadro se caracteriza por la presencia de un germen en sangre y por una respuesta inadecuada del organismo del niño, que puede presentar una temperatura alta (>38ºC) pero también baja (<36ºC), una frecuencia cardíaca y respiratoria aceleradas e importantes alteraciones de la analítica sanguínea, ya que en primeras fases puede haber una elevada respuesta del sistema inumne (defensivo) pero luego este se puede venir abajo, generando así un enorme riesgo para el niño.
En las primeras fases de gravedad lo que ocurre es que empiezan a fallar órganos. En su grado más extremo falla la circulación y es lo que se denomina «Shock séptico», un cuadro muy grave ya que el niño no es capaz de mantener unas tensiones arteriales adecuadas. Todo esto es lo que se pretende evitar cuando se tratan las infecciones con antibióticos o se dan consejos sobre los signos de alerta en recién nacidos y lactantes.