Los sustos y los ataques de pánico son episodios en los que el niño puede sentir una enorme angustia acompañada generalmente de otros síntomas. En general se producen en niños con cierta facilidad para asustarse o que son más vulnerables a cambios del entorno o impresionables. Lo normal es que haya algún factor externo que le desencadene el ataque de pánico.

Normalmente se caracterizan porque el niño siente una enorme angustia que se acompaña de síntomas típicos de ansiedad además de palidez, sudoración intensa y aceleración del ritmo cardíaco.

Puede necesitar un buen rato para calmarse y los niños más pequeños pueden presentar llanto intenso y difícil de controlar, que suele ceder con la ayuda de los padres o un familiar. Si el episodio es grave el niño puede sufrir una lipotimia e incluso relajación de esfínteres (se orina y se hace deposición), lo que puede preocupar mucho a los padres porque puede llegar a parecer incluso una convulsión, pero sin serlo en absoluto.

Cómo se diagnostica
Los casos leves suelen resolverse con facilidad y no es necesario realizar ninguna prueba ya que con la historia de los episodios y el conocer el factor desencadenante es suficiente para el diagnóstico. En los casos más severos y en función de los datos obtenidos en la historia y en la exploración puede que sea necesario realizar alguna prueba adicional con el fin de descartar procesos que pueden producir algunos de estos síntomas o cuadros similares, como determinados tipos de epilepsia o cuadros de hipoglucemia. En estos últimos casos no suele haber un componente de susto previo, generalmente.

Cómo se trata
En general el niño tiende a presentarlos menos con la edad. Se debe evitar en la medida de lo posible la exposición del niño a los factores que los desencadenan.

Los ataques de pánico generalmente tienen un desencadenante claro que los produce. Los leves no suelen necesitar ninguna medida especial, mientras que los graves pueden requerir descartar otros procesos de fondo.

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