El autismo consiste en un problema del desarrollo neurológico del niño que se suele dar antes de los dos años y medio de edad. Su origen realmente es desconocido, aunque parece tener un importante componente genético.
Su origen reside en el desarrollo no adecuado de diferentes áreas mentales (la capacidad comunicativa se adquiere sobre los 18 meses y en estos niños no suele desarrollarse), aunque los síntomas son muy diversos ya que dependen del área de desarrollo afectada y de la gravedad del cuadro.
El denominador común y el más conocido de esta enfermedad suele ser la afectación de la capacidad para la comunicación con el entorno social, es decir, un descenso de la capacidad de interacción social. Su comunicación con el entorno es muy baja y llegan incluso a ser incapaces de señalar objetos que les puedan resultar de interés. A veces no existe ni contacto ocular con las personas.
En el área del lenguaje pueden presentar alteraciones como incapacidad para utilizar un tono o un ritmo adecuado o hasta ser prácticamente incapaces de hablar. En el área mental también hay una enorme diversidad de síntomas: hay niños que presentar un retraso considerable y otros que tienen áreas concretas muy desarrolladas, en detrimento de otras, aunque en general se suele acompañar de un mayor o menor grado de retraso mental.
Otros aspectos llamativos son la dificultad para participar en juegos o actividades con otros niños o la tendencia a presentar movimientos rítmicos del cuerpo repetidos que le otorgan tranquilidad. También son niños a los que les gusta la estabilidad, por lo que no llevan bien los cambios de ningún tipo, especialmente en su rutina habitual. Pueden presentar incluso respuestas extrañas frente a estímulos como el frío o el calor. Estos síntomas dependen de la gravedad del cuadro, siendo a veces incluso difícil sospechar el diagnóstico en los casos más leves.
El patrón común a los distintos tipos de autismo suele ser el mal desarrollo de las habilidades sociales: no mirar a la persona con la que hablan, no señalar objetos o personas, incapacidad para jugar, reír o compartir experiencias y retraso en la expresión del lenguaje.
Cómo se diagnostica
Los primeros síntomas que pueden hacer sospechar este cuadro son las alteraciones en el lenguaje, ya que el niño lo usa de forma anómala o empieza a usarlo menos, cuando lo normal es que vaya usándolo cada vez más y aprendiendo nuevas palabras. El pediatra indagará especialmente sobre estos antecedentes y otros que puedan estar relacionados, como retrasos o deteriores de las habilidades sociales, rigidez del comportamiento o problemas de atención. Otros síntomas que suelen aparecer de forma temprana son la incapacidad para jugar, para adaptarse a los cambios o incluso los primeros movimientos extraños, sobre el año de edad. Más tarde desarrollan movimientos y conductas extrañas y de repetición y un lenguaje más complejo pero estructurado de forma anómala. Si aparecen estos datos deben ser siempre comentados al pediatra para poder iniciar el estudio de este cuadro.
El diagnóstico es fundamentalmente clínico, basado en la historia clínica y en los datos de la exploración. El objetivo fundamental es descartar otros procesos que pueden producir síntomas parecidos o relacionados con estos. Entre las pruebas que pueden ser necesarias para su estudio se encuentran las analíticas, el electroencefalograma, los estudios de imagen como el TAC y la resonancia e incluso audiometrías. Estas pruebas se utilizan no ya para el diagnóstico de autismo (donde la mayoría no aportan datos) sino para descartar otros procesos que puedan parecerse a este.
La elección de las pruebas a realizar depende de los hallazgos de la historia, de la exploración física del niño y de la evolución del cuadro, por lo que cuáles y cuándo se piden pueden variar mucho entre los diferentes casos. En las revisiones normales el pediatra suele buscar que todos estos comportamientos sean correctos en los niños cuyas edades se comprenden entre los 12 y los 18 meses. En caso de no ser así interrogará detenidamente a los padres sobre ellos, por lo que será muy importante prestarles atención si el pediatra así lo indica.
Tratamiento
Lo más importante es sospechar este cuadro de forma temprana ya que un adecuado diagnóstico permitirá iniciar el tratamiento de forma precoz, lo que a su vez puede condicionar el pronóstico y la evolución del niño.
Con tratamiento psicológico el niño puede mejorar el desarrollo de su lenguaje y de su capacidad social. Para ello suele ser ideal que este tratamiento comience antes de los 3 años y a veces se requiere invertir en él muchas horas a la semana. Gran parte de ellas irán destinadas al niño, pero éste se suele beneficiar de que los padres también reciban cierto entrenamiento en estos aspectos. De esta forma la familia puede hacer una enorme aportación en la evolución del niño. El tratamiento psicológico se centra en la modificación del comportamiento y en la adquisición de aptitudes, sobre todo sociales.
Los niños mayores también pueden beneficiarse de distintos tipos de tratamiento psicológico e incluso psiquiátrico si asocian determinados cuadros, como pueden ser ansiedad o depresión. A veces pueden incluso beneficiarse de determinados fármacos como los neurolépticos. Estos fármacos tienen importantes efectos secundarios, por lo que deben ser pautados y controlados por un pediatra o un psiquiatra. A veces se pueden utilizar medicamentos algo más específicos en función de determinados síntomas o hallazgos que se hayan podido encontrar durante el estudio del cuadro.
Es muy importante recibir atención especializada ya que esta enfermedad es un trastorno muy complejo sobre el que hay desarrolladas muchas teorías sobre su posible tratamiento. Por desgracia muchas de ellas no son efectivas y otras muchas ni siquiera están comprobadas realmente. Por eso es importante seguir los consejos de los equipos especializados en esta patología.
Pronóstico
Depende mucho del grado de afectación y de la precocidad del diagnóstico, aunque en general el pronóstico no es excesivamente bueno, por lo que conviene actuar cuanto antes y lo más intensamente posible. Cuanto más temprano se diagnostica y se inicia el tratamiento mayores son las posibilidades de conseguir evolución positiva. Los niños con cuadros más leves (los que hablan) pueden tener en general un buen pronóstico y desenvolverse adecuadamente. Por eso es fundamental comentar la más mínima sospecha de este cuadro ante un profesional lo antes posible.
Los niños con menor capacidad de comunicación e interacción pueden tener problemas de dependencia incluso durante toda su vida. En algunos niños el riesgo de padecer conductas agresivas y convulsiones se incrementa con la edad. Uno de los mayores problemas del autismo es que a veces se presenta de formas muy atípicas, como por ejemplo con síntomas leves, por lo que puede pasar desapercibido. Al no ser diagnosticado y tratado precozmente puede empeorar el pronóstico. Es fundamental la intervención sobre todo en los primeros años de vida, especialmente antes de los 6 años, edad en la que es muy importante que el niño haya adquirido todo el lenguaje posible, ya que si no lo ha hecho la evolución puede ser mala.
Cuando una pareja tiene un niño con autismo el riesgo de tener un segundo hijo es mayor que el de la población general, por lo que siempre se deben consultar las posibilidades.
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