Las convulsiones febriles en la infancia son cuadros de crisis convulsivas que se producen en el contexto de un proceso febril y que tienen unas características muy concretas. Es un cuadro relativamente frecuente dentro de la población infantil normal (hasta un 5% las pueden presentar) y lo habitual es verlas en el rango de edad comprendido entre los seis meses de vida y los cinco años.
Se pueden distinguir dos tipos de convulsiones febriles en función de las características, su origen y su pronóstico. Las más frecuentes son las denominadas típicas ó simples, que se deben diferenciar de las denominadas atípicas ó complejas. Las típicas o simples constituyen la inmensa mayoría de los cuadros que se ven en la edad pediátrica.
Por qué se producen
No está claro el motivo de por qué se producen las convulsiones febriles, sobre todo las típicas, en las que no parece haber ningún problema o alteración neurológica que predisponga a padecerlas. Normalmente se relacionan con procesos infecciosos que producen un cuadro febril, aunque no existe una relación directa con la fiebre, ya que puede producirse justo antes de que aparezca esta o no coincidir con el pico máximo. No suele haber infección del sistema nervioso (como meningitis ni encefalitis) ni problemas neurológicos de base. En las formas atípicas sí es posible que exista un proceso neurológico de base que pueda estar originando el cuadro de convulsiones, que son desencadenadas en el contexto de un proceso febril.
Qué síntomas producen
Los cuadros de convulsiones febriles simples o típicas suelen producir crisis generalizadas, en las que se afecta todo el cuerpo con movimientos, que normalmente suelen durar unos pocos minutos, típicamente menos de quince (aunque no es frecuente que pasen de los diez minutos). Se ven en el rango de edad que va desde los 6 meses a los 5 años y no es habitual que se repitan en las 24 horas siguientes al episodio. Por lo general no esconden ni traducen ningún tipo de problema en el sistema nervioso del niño.
Los cuadros de convulsiones febriles complejas o atípicas se diferencian en varios aspectos de las anteriores: las crisis suelen ser localizadas (los movimientos afectan solo a una parte del cuerpo del niño, como una o varias extremidades). Suelen durar más que las simples, sobrepasando fácilmente los 10 ó los 15 minutos de duración. Además pueden presentarse en niños menores de 6 meses o mayores de 5 años, y no es raro que se repitan en las horas que siguen al primer episodio.
Es importante recordar que la convulsión puede verse en cualquier momento del proceso febril, aunque lo más frecuente es que se produzca en las primeras 24 horas, de tal forma que puede verse incluso antes de que suba la fiebre.
Qué complicaciones pueden producir
Los cuadros denominados simples son bastante benignos. Los problemas residen en los cuadros atípicos, en los que normalmente el pediatra buscará antecedentes de epilepsia, procesos de fondo o problemas a nivel cerebral que las hayan podido desencadenar.
Cómo se diagnostican
Ante un cuadro de una posible convulsión febril se debe acudir siempre a un servicio de urgencias hospitalario. Allí el pediatra valorará el estado del niño por si requiere tratamiento urgente. Luego realizará una historia clínica detallada en la que obtendrá todos los datos posibles en relación al episodio, antecedentes del niño y familiares de epilepsia, y del cuadro que lo haya podido desencadenar. En la exploración buscará el foco del posible cuadro febril y hará una valoración detallada a nivel neurológico.
Con los datos obtenidos podrá etiquetar el episodio como crisis lo primero, después como febril o no (algunas pueden aparecer incluso horas antes de que comience la fiebre), y en último paso como típica o atípica. En función de esto y los datos podrá plantear la petición de alguna prueba complementaria en el caso de que esta sea necesaria. Por lo general las crisis febriles típicas no necesitan de la realización de ninguna prueba complementaria. La necesidad puede venir por datos exploratorios o de la historia, por la sospecha de un cuadro en concreto o bien porque el diagnóstico del proceso febril lo requiera, por lo que no hay que alarmarse si el pediatra solicita alguna prueba.
Por lo general se suelen realizar algunos estudios o seguimientos más profundos en niños en los que la edad es menor de 6 meses ó 5 años, las crisis son atípicas, se halla algún dato que haga sospechar de un proceso neurológico o bien el pediatra lo estime oportuno en función de los hallazgos. Estas se pueden hacer en urgencias o de forma ambulatoria, según la sospecha y el estado del niño. Entre ellas están estudios analíticos, pruebas de imagen como una radiografía ó estudios de ondas cerebrales como el electroencefalograma.
Cómo se tratan
Es muy importante recordar que cuando se produce la crisis hay que controlar el tiempo que dura y si los movimientos son generalizados o localizados en una sola zona del cuerpo. Es muy difícil recordar esto ya que ante una crisis el grado de preocupación es enorme, pero la importancia es que estos datos son fundamentales a la hora de la valoración en urgencias. En la mayoría de los casos los niños son valorados en urgencias y se realiza una historia clínica detallada para enfocar el origen y el tipo de la crisis. En los casos en los que las crisis son febriles típicas suelen permanecer un periodo no muy largo en observación, tras el cual son dados de alta con la indicación de acudir al pediatra. En otros casos pueden ser necesario la realización de algún estudio en el mismo servicio de urgencias. En otros, normalmente los mínimos, puede que sea necesario el ingreso del niño para observación o estudio.
Algunos de los casos en los que se suelen ingresar los niños son los episodios de crisis muy prolongadas o con otros signos que puedan ser llamativos, los que tienen enfermedades crónicas o severas de base que se pueden descompensar o aquellos que presenten datos en la historia o en la exploración que indiquen la prudencia del ingreso. En casos muy concretos se indican una serie de tratamientos profilácticos con el fin de reducir la probabilidad de que aparezcan nuevos cuadros de crisis febriles. El problema de estos tratamientos es que pueden tener efectos secundarios importantes en el caso de que no se dosifiquen adecuadamente, ya que están basados en fármacos sedantes del tipo de las benzodiazepinas. Su pauta siempre debe realizarla y controlarla el pediatra. En general la mayoría de los casos no requiere tratamiento en el domicilio, salvo la observación para vigilar que aparezca otro posible episodio.
En caso de que se presente la crisis lo más importante es observarla detenidamente a la vez que se llama a urgencias o se traslada al niño a un servicio de urgencias. No hay que hacer medidas como introducir nada en la boca, ya que con eso se corre el riesgo de que se atragante. Se le debe mantener de lado, por si vomita, y sin comprimirle el pecho para que pueda respirar bien.
Qué pronóstico tienen
En general el pronóstico es bastante bueno, ya que en la mayoría de los casos el episodio convulsivo no se repite. Es cierto que puede hacerlo en un 30% de los casos en cualquier momento de la infancia, pero eso significa que un 70% no volverán a padecerlas. El hecho de que se produzcan este tipo de crisis no suele evidenciar ningún tipo de daño o lesión cerebral, ni suele dejar ninguna secuela. Sin embargo, el riesgo de padecer epilepsia es ligeramente mayor en los niños que padecen convulsiones febriles que en el resto. Esto es más frecuente en los casos en los que existen antecedentes familiares de epilepsia.
Cómo prevenirlas
La mayoría de los episodios no vuelve a repetirse nunca, aunque hasta un 30% de ellos sí puede volver a hacerlo. Es muy importante mantener una actitud serena en los niños que han padecido una crisis febril. Lo primero y más importante es que no hay que preocuparse en exceso por la fiebre en sí, ya que la crisis puede aparecer incluso sin que esta haya llegado a subir, por lo que nadie se debería obsesionar con las cifras que marque el termómetro porque no sirven para predecir el riesgo. Sí es cierto que parece que controlando mejor el cuadro de fiebre se reduce el riesgo de crisis. Para ello lo ideal es usar los antitérmicos pautados por el pediatra según las dosis y los intervalos que este marque. Se deben evitar ascensos y descensos bruscos de la temperatura y, en caso de que se produzca la crisis, observarla con atención mientras se acude a un servicio de urgencias hospitalario.
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