¿Vacunas? Tú decides. Pero infórmate antes.

Sé que existe una corriente antivacunas. Sé que las vacunas no son obligatorias. Y sé que en la última década se ha perdido confianza en nuestra sociedad en general y en nuestro sistema sanitario en particular. Y sé que, como consecuencia de ello, hay quienes optan, debido a esa falta de confianza en nuestra sanidad y nuestro entorno, por no vacunar a sus hijos. Pues bien, las decisiones, y sobre todo las que son tan importantes como esta, han de tomarse con toda la información posible.

Por eso, en este post —que es un extracto de un capítulo de mi libro Los niños no son de Marte— explico de forma desenfadada y cercana, pero científicamente precisa, qué son las vacunas, qué importancia poseen, qué puede suceder si no vacunas a tu hijo, y un aspecto esencial: cuál es su seguridad. Espero que esta información ayude a tomar decisiones sensatas, que de verdad piensen en el bienestar de nuestros hijos.

¿Qué son las vacunas?
Pues es bastante sencillo: unas sustancias que hacen que el organismo de los bebés —especialmente durante los dos primeros años de vida— desarrollen defensas ante infecciones graves. Infecciones que matan. Infecciones que hacen mucho daño. Sí, sé que muchas de estas enfermedades son poco frecuentes en la actualidad, pero esto es así porque se vacuna frente a ellas. Y un niño no vacunado estará expuesto a ellas, aunque se vean menos. Y no hablo de catarros precisamente, sino de poliomielitis, hepatitis, tos ferina, neumonías o meningitis, entre otras.

De hecho, las vacunas son uno de los mayores avances sanitarios de la historia. He tenido la suerte de comprobarlo a lo largo de cerca de veinte años de práctica profesional, al constatar de primera mano cómo enfermedades como las diarreas, la varicela, las meningitis o ciertos tipos de neumonías han descendido de forma espectacular gracias a la aparición de vacunas nuevas. Pero las vacunas también tienen riesgos, además de que van variando con el tiempo. Y duelen al administrarlas, porque la mayoría son inyectables. Por eso algunos padres se muestran recelosos a la hora de ponérselas a sus hijos. Me ha pasado en más de una ocasión. Si sois de esos padres, por favor seguid leyendo para ver lo que suelo explicar en esos casos. Y si no sois de esos padres, también deberíais leer esto.

Importancia de las vacunas.
Las vacunas no solo salvan de forma directa cientos de miles de vidas —entre las que podría estar la de vuestro hijo—, sino que además hacen que las enfermedades, en caso de aparecer, lo hagan de forma más leve, como sucede por ejemplo con las diarreas o la varicela de los niños vacunados frente a estos cuadros. Y sí, las vacunas no están exentas de riesgos, pero estos por suerte son pequeños, ya que es excepcional que existan reacciones adversas graves. Muchos padres me preguntan en consulta si, a pesar de eso, pueden existir riesgos por vacunar. Claro que sí, les digo de forma sincera. Como también les señalo que entiendo que algunos puedan tener miedo a esas reacciones. Lo que sucede es que el beneficio que se obtiene con las vacunas es tan superior al riesgo que corre el niño, que es casi un insulto plantearse no administrarlas.

¿Qué sucede si no vacunas a tu hijo?
Contrariamente a lo que muchos padres creen, las vacunas, salvo casos excepcionales de riesgo de salud pública, no son obligatorias. Pero al no vacunar a un niño, no solo se le está exponiendo a un riesgo, sino que podría ser considerado como una omisión de cuidados. Y al exponer a otros niños a esas enfermedades, es posible que no admitan al no vacunado en guarderías. Y es que un niño no vacunado no solo está expuesto a padecer esas enfermedades, sino que favorece la aparición de brotes epidémicos no ya solo en otros niños, sino también en adultos sensibles, como ha sucedido en España, recientemente, con brotes de sarampión y de tos ferina. Por lo tanto, vacunar a un niño no solo le protege a él sino que protege a los niños de alrededor, a sus hermanos e incluso a sus padres y familiares, especialmente los enfermos crónicos y las personas de edad avanzada.

Sé que existen movimientos antivacunas y que en la última década se ha perdido confianza en el sistema sanitario en general. Pero esa sensación de seguridad que tenemos en nuestra sociedad actual, la de que un niño no debería contraer infecciones graves, la tenemos precisamente porque se vacuna a toda la población y esas enfermedades que antes eran no solo frecuentes sino un drama, ahora apenas se ven. Salvo en los no vacunados, claro. Tomad la mejor decisión posible, pero pensando en lo que estáis poniendo en juego y conociendo de antemano toda la información posible. Como por ejemplo, la seguridad —real— de las vacunas. Que es de lo que vamos a hablar a continuación.

Seguridad en las vacunas.
La versión resumida es que las vacunas son seguras. No lo digo yo, lo dice la Organización Mundial de la Salud, la Food & Drug Administration norteamericana, la Agencia Española del Medicamento, el Ministerio de Sanidad, la Asociación Española de Pediatría y las diferentes consejerías de Sanidad de cada una de nuestras comunidades autonómicas, que son quienes, al fin y al cabo, recomiendan, facilitan y financian la vacunación de la población infantil. Vale, son seguras, pero eso no quita que posean efectos secundarios. Es más, os diré algo: esos efectos secundarios son frecuentes. Pero casi todos ellos son leves, como dolor en el lugar del pinchazo, fiebre leve o alguna pequeña erupción. Ya está. De acuerdo, tampoco os voy a engañar, como jamás haría con unos padres en consulta: existe la posibilidad de que se produzca una reacción adversa brusca y grave por alergia a alguno de los componentes de la vacuna. Y brusca y grave significa brusca y grave. Ya no hablo de décimas de fiebre o de llanto. Hablo de riesgo para la vida del niño.

Pero la probabilidad de que ocurra esto es exactamente la misma que hay con cualquier otro medicamento que se administre inyectado. Por eso los niños a los que se les vacuna —o se les pone cualquier inyectable— deben permanecer unos veinte minutos en el centro sanitario donde han sido vacunados, para asegurar que no se produce ninguna reacción. Y a día de hoy ningún padre se me ha quejado porque a su hijo le pinchen un antibiótico, es más, muchos hasta lo piden. Pues bien, el riesgo de una reacción es prácticamente el mismo.

De hecho, las vacunas se consideran tan seguras que se pueden administrar incluso en niños con catarros u otros procesos, con fiebre o que estén tomando otras medicaciones. Pero como en esos casos la efectividad podría verse reducida, se suelen posponer unos días. Pero no porque no sean seguras. Vamos, que la única contraindicación absoluta para administrar una vacuna es que un niño posea alergia a alguno de sus componentes. Y como a priori es imposible saberlo, por eso las vacunas se deben administrar siempre —insisto, siempre— en un centro sanitario autorizado.

¿Y ahora qué?
A pesar de todo lo dicho, la decisión queda en vuestras manos, como padres. Nadie os puede obligar. Está claro qué es lo que aconsejan las instituciones sanitarias, sí, pero sois vosotros quienes tenéis la última palabra. Yo solo espero que la información de este post os ayude a decidir mejor.

Este contenido se ha elaborado utilizando información basada en evidencia científica. Pincha aquí para conocer las fuentes que se han utilizado para su elaboración.

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