La hepatitis A es una infección localizada en el hígado y causada por el llamado virus de la hepatitis A. Aunque no lo parezca, y a diferencia de otras hepatitis como la B o la C, la hepatitis A sí es relativamente frecuente en la edad infantil.
Es bastante contagiosa, y más en los niños ya que la vía de contagio suele ser fecal-oral, es decir, el niño que la padece puede tocarse con la mano en el área del pañal, o en las nalgas, y luego tocar a otro niño que se lleva su mano a la boca. El contagio también puede ser a través de agua o alimentos contaminados por el virus, aunque esto es poco frecuente en países desarrollados. Es la forma de hepatitis más frecuente en la infancia.
Qué síntomas produce
La Hepatitis A es difícil de distinguir de una diarrea común, producida por cualquier otro virus, ya que produce síntomas similares: diarrea, vómitos y dolor que localiza en el lado derecho del abdomen, bajo las costillas. La hepatitis suele producir inflamación en el hígado esta puede pasar desapercibida ya que el niño no suele adquirir coloración amarillenta en la piel, sobre todo en los más pequeños, que suelen pasar formas más leves. Cuanto más pequeños son los niños, más leve suele ser el cuadro clínico. La hepatitis A no se hace crónica. El periodo de incubación es muy largo, puede llegar a cincuenta días y los síntomas pueden prolongarse varias semanas.
En los niños mayores y adolescentes es más fácil encontrar el cuadro típico en el que presentan fiebre, náuseas, vómitos y color amarillento de la piel, aunque este no siempre está presente. Además presentan dolor localizado en el lado derecho del abdomen y las heces pueden ser de color más blanquecino de lo habitual. El cuadro suele durar entre diez días y dos semanas.
Aunque es raro, a veces los niños pueden presentar otros síntomas asociados como anemia, inflamación intestinal o incluso afectación renal o del corazón, siendo en este último caso en forma de miocarditis, es decir como inflamación del músculo cardíaco. Hay formas especiales como la llamada colestásica, en la que existe color amarillo e intenso picor de piel; o la llamada recurrente, que se denomina así porque mejora pero luego rebrotan los síntomas. Estos cuadros son poco frecuentes, especialmente en la edad pediátrica.
Cómo se diagnostica
En los niños pequeños es más difícil sospechar este cuadro ya que al no adquirir el color amarillento de la piel puede cursar como una gastroenteritis viral sin ningún tipo de consecuencias. En caso de que el niño lo precise y se haga una analítica, se podría sospechar por el aumento de las transaminasas, que son sustancias que pueden reflejar de forma indirecta una inflamación hepática.
En los niños mayores en los que se sospecha el cuadro por los síntomas y por el color de la piel, la exploración puede mostrar dolor e inflamación en la zona del hígado. Las heces suelen ser de color blanquecino. El diagnóstico se hace mediante una analítica en la que se comprueba la afectación del hígado y la existencia de anticuerpos del niño frente al virus de la Hepatitis A. La analítica habitual de por sí sola no siempre sirve para el diagnóstico y puede que ni siquiera ayude a sospechar el cuadro.
Qué complicaciones puede presentar
—Fallo hepático agudo: es una complicación muy rara. En caso de aparecer suele ser más frecuente en los adultos y en personas con enfermedades de fondo o con problemas inmunológicos como inmunodepresión. Si se presenta, puede ser grave.
—Síndrome colestásico: es una complicación en la que durante meses el niño sufre un cuadro de picores y mala absorción de las grasas en el intestino. Es un cuadro que cursa en oleadas pero que no suele dejar secuelas.
Cómo se trata
La Hepatitis A en sí no se trata, aunque en los niños que lo precisen pueden recibir tratamiento para los síntomas o los problemas que puedan presentar asociados, como la fiebre o un cuadro de deshidratación por diarrea. A veces requieren ingreso para instaurar un goteo intravenoso si la deshidratación es moderada o severa. Los niños con pocos síntomas no requieren reposo ni dietas especiales, pero sí evitar fármacos que puedan dañar el hígado.
En los casos de síndrome colestásico se suele controlar al niño y se le pautan tratamientos para el picor y una ayuda con determinadas vitaminas (las llamadas liposolubles) para paliar el déficit de absorción de grasas. En los casos de fallo hepático agudo el cuadro es grave y el tratamiento se hace con el niño ingresado, generalmente en UCI Pediátrica.
Cómo prevenirla
Lo ideal es prevenir el contagio mediante el aislamiento de los casos detectados durante unas dos semanas tras el final de los síntomas para que no contagien a los compañeros de colegio o de guardería. Es fundamental el lavado de manos frecuente en las personas que tengan contacto con el niño. Los niños que la padecen pueden transmitir el virus hasta dos semanas después de terminar los síntomas. Existe una vacuna que se puede administrar a niños de riesgo a partir de los doce meses de vida, según las indicaciones de la Asociación Española de Pediatría.
Qué pronóstico tiene
En la mayoría de los casos la evolución suele ser buena, aunque existe un bajo riesgo de que se pueda complicar con la presencia de una hepatitis fulminante. Esto es raro pero siempre debe conocerse la posibilidad.
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