La fiebre consiste en un aumento de temperatura corporal y es uno de los motivos más frecuentes de consulta ya que es un proceso muy habitual sobre todo en los primeros años de vida del niño.
La temperatura se regula en una zona del cerebro, que responde a los cambios de temperatura que se producen en la sangre y en receptores de temperatura de la piel. El organismo responde de múltiples formas a los cambios de temperatura (sudor, redistribución de sangre y líquidos, etc.).
El aumento de temperatura suele estar originado por la presencia en la sangre de unas sustancias denominadas «pirógenos», que en general proceden de los virus, bacterias o toxinas de estos que puedan circular por la sangre del niño. La temperatura del organismo varía a lo largo del día, de forma que a primera hora es cuando se tienen las temperaturas más bajas, mientras que a última hora de la tarde la temperatura media suele estar un grado más alta que por la mañana.
Cuando se constata la presencia de temperatura elevada es importante tomarla adecuadamente para evitar errores, poder estudiar la causa y evitar abusar de los fármacos. La fiebre no es una enfermedad en sí, forma parte de la respuesta del cuerpo del niño ante un proceso, generalmente una infección. Sí es cierto que es la señal más común de enfermedad en los niños, por lo que debe ser atendida y, desde luego, valorada siempre por un pediatra, pero no exige un tratamiento de por sí.
Es importante distinguir la fiebre de la denominada «hipertermia». La hipertermia es un aumento descontrolado de la temperatura por otra causa, como por ejemplo abrigar en exceso a un bebé o un golpe de calor. Cuando un niño tiene fiebre, siente frío. Sin embargo, en el golpe de calor el niño sí que siente calor, por lo que la piel se pone muy colorada y suda muchísimo. Por lo general la fiebre no es mala en sí misma, mientras que la hipertermia sí que lo es. La fiebre es muy raro que pase de los 41,1ºC, ya que normalmente el cuerpo se regula para que la temperatura no pase de ahí. En caso de aumentar por encima, puede que el niño esté falto de agua (deshidratado) además de tener fiebre. Pero una sospecha de hipertermia (temperatura mayor de 41ºC con el niño colorado o muy sudoroso, por ejemplo) siempre debe ser atendida en un servicio de urgencias.
Cada niño tolera la fiebre de forma distinta: algunos, a 40ºC, estarán contentos y jugando. Otros, con poco más de 38ºC, estarán irritables y molestos. Por lo general, los lactantes la tolerarán mejor que los niños mayores. En todo caso, es importante que el tratamiento consiga que el niño se encuentre mejor.
En algunos casos, la fiebre puede desencadenar lo que se llaman «convulsiones febriles» en niños de entre 6 meses y 5 años. Pueden aparecer hasta en el 3% de los niños y suelen durar unos pocos minutos. Son muy llamativas y alarmantes pero no suelen ser perjudiciales ni dejan ningún tipo de secuelas, aunque eso sí, siempre deben ser valoradas en un servicio de urgencias, en caso de presentarse. Estas convulsiones o crisis febriles pueden presentarse aún con temperaturas bajas, por lo que solo se deberían prevenir en los niños que ya las hayan presentado previamente alguna vez y siempre tras valoración por un pediatra.
Qué se considera fiebre
Podemos considerar que un niño tiene fiebre cuando su temperatura, correctamente medida, supera los 38ºC en piel (o 38,5ºC en recto). Hay que recordar que se considera normal una temperatura corporal de entre 36ºC y 37,9ºC, ya que depende de la edad y la hora del día a que se tome. Así, los niños más pequeños suelen tener más temperatura que los mayores, y el cuerpo tiene más temperatura a última hora de la tarde e inicio de la noche que de madrugada o por la mañana. Si el niño tiene menos de 1 ó 2 meses, es poco probable que presente fiebre aunque tenga una infección, por lo que es importante vigilar otros síntomas que nos indiquen infección, como mal color, falta de fuerzas o de apetito, por ejemplo.
Cómo tomar la temperatura
Normalmente se utilizan termómetros digitales ó timpánicos, que parecen proporcionar resultados más precisos. En niños menores de cinco años se recomienda tomar la temperatura rectal, más precisa, durante unos dos minutos. En los mayores puede ser más cómodo usar las axilas, dejando el termómetro unos cinco minutos. Se considera normal alrededor de 37ºC, febrícula entre los 37 y los 38ºC y fiebre a partir de 38ºC.
Causas de aumento de la temperatura
Normalmente se produce por una respuesta del organismo a un proceso infeccioso, en la mayoría de los casos son cuadros virales leves y limitados en el tiempo. También puede deberse a procesos más graves por lo que suele ser conveniente la valoración seriada por un especialista.
El mayor problema de la fiebre reside precisamente en que al ser lo más frecuente que esté producidas por cuadros de poca importancia para la salud del niño, se pueda confundir un cuadro severo que no da la cara con un cuadro catarral. Esto puede suceder y por ese motivo los profesionales siempre indican un seguimiento estrecho de la evolución del niño aunque este sea dado de alta tras una primera evaluación.
El motivo de esto es que otros procesos, mucho menos frecuentes pero que también pueden generar fiebre son algunas enfermedades autoinmunes, el Crohn, algunos fármacos o algunos tipos de tumores. Un tipo de elevación de temperatura grave pueden ser los cuadros de fiebre central, en los que la temperatura pasa de los 41ºC y se debe a un mal funcionamiento de la zona cerebral que regula la temperatura. Cuadros graves de aumento de temperatura se pueden ver también en el golpe de calor, la hipertermia maligna, el síndrome neuroléptico maligno o incluso algunas fiebres producidas por medicamentos.
Signos y síntomas
La fiebre puede presentarse de múltiples formas en función de cuál sea la causa que la está produciendo. De ahí la importancia de tomar adecuadamente la temperatura y anotar no sólo los grados de temperatura, sino las horas a las que se toma. A veces un determinado patrón de presentación de la fiebre a lo largo de varios días puede poner en aviso al pediatra de cuál puede ser el origen de la elevación de temperatura. Por ejemplo la denominada fiebre terciana (cada tres días) es típica de la malaria.
Se suele acompañar de dolor de cabeza, aumento de la frecuencia cardíaca, dolores musculares, vómitos, falta de apetito e incluso las conocidas convulsiones febriles. Cuando el niño presenta varios de estos síntomas suele ser útil una segunda revisión tras la mejoría para constatar que estaban asociados a la fiebre y no a otro proceso.
Las elevaciones altas (mayores de 40-41ºC) siempre deben ser valoradas y tratadas en función de las circunstancias del niño, ya que pueden esconder procesos graves. Lo mismo debe aplicarse para los niños menores de tres meses, con mayor riesgo de infecciones graves, aunque todos deberían ser evaluados por un profesional en un servicio de urgencias, por si procede analítica. Algunos signos o síntomas que pueden indicar gravedad, como mal color, mal estado general del niño o la presencia de petequias siempre deben ser motivos para acudir a un servicio de urgencias para una valoración por un profesional.
Diagnóstico
Lo más importante siempre es intentar distinguir la fiebre de un proceso banal de aquella que pueda reflejar una enfermedad grave. Para ello es muy importante la valoración por un profesional, que valorará el proceso actual mediante preguntas a los padres y explorará detenidamente al niño en busca de un foco causal. A la hora de la valoración es importante haber constatado los posibles signos y síntomas que hayan podido llamar la atención.
Algunos signos o síntomas permitirán que el Pediatra estime un posible proceso grave y casi con toda seguridad remitirá al niño a un centro especializado para la realización de pruebas. Algunos de estos síntomas son alteraciones en la forma de respirar del niño, la presencia de dificultad para hacerlo ó la presencia de determinadas manchas en la piel (como las famosas petequias). También lo hará ante algunas alteraciones neurológicas como la disminución del nivel de conciencia o la falta de fuerza. Otro punto importante son los antecedentes del niño, los familiares y conocer si alguien de su entorno padece alguna enfermedad.
Cómo actuar
—Menores de 1 mes: normalmente el niño se debe ver siempre en un centro hospitalario dado el mayor riesgo de padecer infecciones severas y la posibilidad de hacer pruebas con rapidez.
—Entre 1 y 3 meses: lo normal es que sean vistos en un centro hospitalario dado que tienen riesgo de padecer cuadros severos.
—Entre 3 meses y 3 años: a mayor edad es más difícil que precisen ir a un hospital ya que son más frecuentes los casos menos graves, normalmente producidos por virus. Sin embargo hay que recordar que también pueden tener infecciones graves por lo que la evaluación por un profesional es imprescindible en todos los casos para poder plantear qué actitud tomar.
—Mayores de 3 años: la mayor parte de estos niños va a tener un foco claro y un buen estado general. El Pediatra evaluará los datos de la historia y los de la exploración con el fin de discriminar si existen motivos para remitir al niño a un hospital.
En el caso de los servicios de urgencias no es raro que el niño permanezca unas horas en observación con el fin de comprobar cómo come, su respuesta a los antitérmicos y sobre todo si la exploración varía con el paso del tiempo. En casos concretos puede ser útil la realización de alguna analítica, que puede ser de sangre u orina. A veces y en función de los síntomas y la exploración se solicitan algunas otras pruebas, por ejemplo una radiografía de tórax si se sospecha una neumonía.
Tratamiento y seguimiento
Es importante mantener al niño bien hidratado (es decir, que beba líquidos) y en un ambiente agradable, quitándole las mantas y mejorando la circulación del aire en la habitación en la que está y sobre todo, vigilar los signos que el pediatra describa como de aviso de riesgo de una infección grave.
Si se usan medidas físicas, como los paños húmedos o el baño, es importante recordar que hay que hacerlo siempre con agua templada, nunca fría, pues si no el niño se encontrará mal y sentirá más escalofríos. El agua fría incluso puede producir el efecto contrario al buscado, pues el cerebro siente frío y trabajará para aumentar la temperatura del cuerpo. Es mejor siempre tener al niño poco abrigado y con la habitación bien ventilada, eso le aliviará mucho más que un baño con agua fría.
Lo que nunca se debe hacer es utilizar paños o compresas con alcohol, pues este se absorbe por la piel y puede resultar muy tóxico para un niño pequeño.
En cuanto a los fármacos, siempre los debe mandar un pediatra, pues las dosis se ajustan por peso y dentro de unos rangos. Como norma general se suele mandar paracetamol e ibuprofeno, ambos jarabes muy utilizados en la edad pediátrica. El paracetamol se tolera algo mejor y se puede dar con más frecuencia, mientras que el ibuprofeno tiene la ventaja de que baja la inflamación que pueda tener el niño. En el lado malo del paracetamol está que a dosis altas puede afectar al hígado, y el ibuprofeno al estómago. El paracetamol se puede dar en forma de jarabe y supositorios y puede afectar al hígado. El ibuprofeno puede afectar al estómago y a la plaquetas. Existen supositorios de dipirona magnésica que en altas dosis pueden producir bajadas de tensión. Es importante recordar que su indicación, pauta y dosis deben ser siempre prescritos por un Pediatra y nunca se debe dar medicación a un niño por cuenta propia. En general ya no se recomienda el uso de ácido acetil-salicílico por el riesgo de que el niño padezca un síndrome de Reye.
En los casos en los que se objetiva el origen de la fiebre se instaura un tratamiento específico. En los casos de infecciones por virus (la mayoría) el tratamiento suele ser de soporte (sintomático). En los casos en los que el origen es una bacteria el pediatra pautará tratamiento antibiótico. En el resto dependerá del origen del cuadro. Los casos graves se tratan en medio hospitalario.
Pronóstico
En general bueno ya que en la mayoría de los casos el origen de la fiebre son procesos infecciosos leves y transitorios. Sólo en los casos originados en infecciones severas o en procesos de otros orígenes (más raros) el pronóstico puede ser más severo, en función del cuadro que origine la fiebre.
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