La obesidad y el sobrepeso son dos términos diferentes que se suelen utilizar por parte de la población de forma indistinta en relación al problema que surge cuando hay un desequilibrio entre la ingesta de calorías y el gasto de estas, generando un acúmulo de grasa en el organismo.
Esto produce complicaciones tanto a corto plazo (exceso de peso, dificultad para la realización de ejercicio, asma) como a largo plazo (problemas cardiovasculares, exceso de colesterol y en general acortamiento de la esperanza de vida). En algunos países desarrollados la obesidad infantil se está convirtiendo en un serio problema y por eso es fundamental actuar desde edades muy tempranas, ya que el mayor problema de un niño obeso es que de adulto lo seguirá siendo en un 85% de los casos. La obesidad en los padres es uno de los factores que más se suele relacionar en los niños con sobrepeso.
Por qué se produce
La mayor parte de los casos son los denominados exógenos o nutricionales. Son niños con talla adecuada a su edad y en los que el problema suele residir en un exceso de ingesta (la inmensa mayoría) o la influencia de determinados factores genéticos:
—Factores ambientales: el principal factor de riesgo son los malos hábitos alimenticios, como el comer entre horas o abusar de la denominada «comida rápida» ó «basura» y las bebidas azucaradas. Normalmente estos alimentos tienen bajo valor nutricional y no suelen quitar el hambre, aunque sí aportan gran cantidad de azúcar y grasa, poca fibra y casi ningún nutriente de calidad. El otro gran factor de riesgo ambiental es el sedentarismo, de forma que la inactividad, la falta de ejercicio y de movimiento impiden que el exceso de calorías pueda ser gastado. Son las denominadas obesidad de causa exógena (por exceso de ingesta)
—Factores genéticos: existen hormonas que regulan el hambre y la saciedad en el niño y en el adulto, como la leptina, que controla la obesidad a largo plazo y la grelina, que controla el apetito. Otras hormonas controlan el equilibrio de la energía almacenada. Así, cada niño tiene un equilibrio de almacenamiento de energía marcado por su genética. El déficit de algunas de estas hormonas puede inducir una obesidad grave, pero estos trastornos son excepcionales.
Un porcentaje mucho más bajo sufre las denominadas obesidades endógenas ó intrínsecas, producidas por trastornos hormonales, fármacos que producen obesidad ó síndromes congénitos que asocian obesidad. Estas obesidades suponen menos del 5% de todos los casos. En esos casos normalmente el niño suele tener rasgos ó síntomas propios de dichos síndromes. A veces pueden darse diversos procesos hormonales (como el hipotiroidismo o el Cushing) que pueden favorecer la aparición de obesidad, pero de nuevo se suelen acompañar de síntomas que los diferencian claramente de una obesidad exógena, que es con mucho la causa más frecuente de obesidad en la infancia.
Qué síntomas puede presentar
La obesidad genera muchos problemas tanto a corto como a largo plazo, y este es el motivo por el que no se debe permitir el sobrepeso crónico. El riesgo de mortalidad cardiovascular se puede multiplicar por dos, por ejemplo. El niño con obesidad tendrá hipertensión, hipercolesterolemia y mayor riesgo de padecer diabetes. También puede tener complicaciones óseas (arqueamiento de las piernas, destrucción de las caderas), asma, e incluso problemas psicológicos como aislamiento, depresión y ansiedad.
Otros problemas se derivan de la dificultad para dormir bien, que genera ronquidos, despertares frecuentes y somnolencia diurna. También se puede producir una infiltración grasa del hígado, que se refleja en las analíticas de sangre y en la ecografía hepática, que con el tiempo puede ser grave ya que puede degenerar en un fallo hepático.
También pueden producirse problemas óseos por arqueamiento de las piernas y mayor riesgo de rotura de la cabeza del fémur. A nivel del metabolismo se pueden producir cuadros que predisponen a padecer diabetes, anomalías de la regla en adolescentes e incluso a padecer patología ovárica, como la presencia de quistes.
A nivel pulmonar se produce una baja adaptación al ejercicio y mayor facilidad para padecer episodios de asma. A nivel neurológico se pueden producir cuadros incluso que llegan a simular tumores cerebrales por aumento de la presión intracraneal.
Cuando existen determinadas alteraciones analíticas como consecuencia de la obesidad se produce el llamado síndrome metabólico, que predispone a la larga a un elevado riesgo de muerte por problemas cardiovasculares.
A nivel social el niño obeso puede sentirse aislado ya que le cuesta más integrarse en los juegos y deportes de equipo, lo que además le puede generar cuadros de ansiedad.
Cómo se diagnostica
Antes de abordar la evaluación en sí de la obesidad el pediatra tratará de obtener una serie de datos a través de la historia clínica y la exploración, que son fundamentales a la hora de valorar el origen de la obesidad, los trastornos asociados y los planteamientos terapéuticos. Por eso interrogará sobre antecedentes de obesidad familiares, enfermedades cardiovasculares y otros procesos. En cuanto al niño preguntará una serie de aspectos relacionados con la evolución de su peso y talla, enfermedades, hábitos de dieta y de ejercicio.
En la exploración, aparentemente el diagnóstico es fácil ya que basta con ver el aspecto de un niño para intuir si tiene sobrepeso o no. Sin embargo el diagnóstico de certeza y objetivo se realiza mediante el conocido Índice de Masa Corporal (IMC), que es la relación entre el peso del niño y su talla elevada al cuadrado. No es fiable para medir la grasa ya que el músculo también influye en el peso pero es un método rápido, económico y muy fiable. Hay otros métodos para medir la grasa corporal, pero son más caros, incómodos o difíciles de llevar a cabo. El IMC no solo sirve para comprobar que el niño tiene sobrepeso sino que además ayuda a controlar la evolución de este. Es importante recordar que no hay un IMC «normal», sino que se deben usar tablas que se adaptan al sexo y a la edad del niño. Esto es así porque el niño aumenta su proporción de grasa durante el primer año de vida y luego la disminuye de forma progresiva hasta los seis años. A partir de ahí vuelve a aumentar de nuevo. Por eso el IMC normal es distinto a lo largo de la infancia.
Otros datos que se pueden utilizar para valorar la obesidad son el peso en relación a las tablas de peso adecuadas para su edad, ó el peso ideal, que es el resultado de dividir el peso real del niño entre el peso ideal para su edad y talla según las tablas de normalidad. Todas estas mediciones son formas de aproximar el grado de obesidad del niño y además sirven de referencia para el posterior control, ya que el peso por sí solo no es tan útil en los niños (que están creciendo) como en los adultos (que no crecen y por lo tanto se mantiene estable).
Normalmente en las revisiones se suele controlar la tensión arterial. Además en general se suele hacer al menos una valoración analítica en la que se investigan determinadas hormonas (como las tiroideas) o los valores de grasas y colesterol en sangre. En los casos en los que además el niño asocie talla baja u otros datos llamativos el pediatra puede pedir estudios hormonales más complejos (como hormona de crecimiento y otros) y una valoración de la edad ósea (que se hace mediante un estudio radiográfico).
Cómo se trata
En la edad infantil el uso de dietas muy restrictivas puede ser peligroso y en general no se recomiendan, ya que los niños necesitan un adecuado aporte energético y nutricional para el desarrollo de su masa muscular, ósea y desarrollo intelectual a través de los estudios. Por otro lado tienen la ventaja de que al estar creciendo el IMC tiende a normalizarse con el simple hecho de mantener el peso o incluso aumentarlo muy lentamente. Lo ideal sería conseguir un cambio de hábitos (comer alimentos con más valor nutricional y con más fibra y promover el ejercicio suave). Las dietas suelen reservarse para los casos graves en los que ya existen complicaciones y el niño debe perder peso con cierta rapidez para reducir el riesgo de dichas complicaciones. Más que una dieta de adelgazamiento el niño debe seguir una dieta normal, completa y variada pero acorde a su edad, además de la realización de ejercicio moderado y adaptado a su edad. La pérdida de peso debe ser siempre lenta (0,5Kg a la semana como máximo) y se recomiendan objetivos de pérdida de alrededor de un 10% del peso inicial. Con esa pérdida el niño nota una clara mejoría y se puede intentar mantener un tiempo hasta proponer una nueva pérdida.
El problema de las dietas es exactamente el mismo que en los adultos, el peso se recupera si no se cambian los hábitos de vida. Es muy importante que el niño entienda que debe comer una cantidad adecuada a su edad y talla, con alimentos ricos en nutrientes (frutas, verduras, carnes y pescados variados y huir de los alimentos preparados y la bollería) y hacer ejercicio acorde con su edad (lo ideal son los deportes en equipo, donde el niño se divierta jugando con sus compañeros). Esos son los dos pilares del tratamiento de la obesidad. Sin este planteamiento cualquier dieta o abordaje está condenado al fracaso.
Otras opciones como la cirugía y determinados medicamentos no deberían plantearse en general en la edad pediátrica. En casos extremos y en adolescentes se pueden plantear tratamientos farmacológicos con sibutramina ó el orlistat, fármacos con un elevado número de efectos adversos peligrosos y que, en el caso de la sibutramina, no se recomiendan antes de los 16 años de edad. Otros tratamientos también son de riesgo. En cuanto a la cirugía bariátrica sólo se podría plantear en adolescentes y sus riesgos son muy elevados y desconocidos a largo plazo, por lo que es una opción prácticamente a no considerar. El problema es que puede ser irreversible y condiciona unos cambios de hábitos muy severos y de por vida.
Es importante recordar que muy probablemente el niño tendrá problemas de autoestima ya que el sobrepeso se suele asociar a niños que no son capaces de controlar sus impulsos o que son más vagos o torpes. Por eso es importante que los padres traten al niño con franqueza y proponerle una estrategia de corrección de hábitos seria y acorde con su edad de forma acordada entre todas las partes (niño, padres y pediatra). En los casos en los que el origen de la obesidad es un proceso de fondo como un síndrome el tratamiento será algo más específico en relación a este, aunque por lo general las recomendaciones nutricionales se aplican igualmente.
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