El reflujo gastroesofágico (RGE) consiste en un cuadro en el que el niño presenta regurgitación (ó paso) del contenido del estómago hacia el esófago sin que él haga ningún tipo de esfuerzo consciente.
Es bastante frecuente en lactantes y de hecho puede ocurrir de forma normal a cualquier edad, cuando se produce el denominado reflujo fisiológico —también llamado, de forma común, bocanadas— que en la mayoría de los casos desaparece sobre el año de vida y que constituye el problema esofágico más frecuente en la edad infantil.
Sin embargo hay unas formas de este cuadro que no se consideran como normales, es el denominado reflujo patológico, en el que se producen un número de episodios elevado y aparición de complicaciones al propio cuadro de reflujo, como alteraciones del esófago, problemas respiratorios o mala ganancia de peso y talla del niño.
Por qué se produce
Normalmente la mayoría de los casos se producen por cuadros de relajación excesiva del esfínter esofágico inferior (EEI). Este esfínter impide el paso de contenido del estómago hacia el esófago, y cuando falla entonces puede darse ese paso de contenido. El problema es que el paso de contenido gástrico al esófago de forma permanente puede terminar dañando al esófago, ya que el contenido del estómago es mucho más ácido que el del esófago. Parece que existe una cierta predisposición genética a padecer los RGE ya que no es raro que haya antecedentes familiares.
Qué síntomas produce
Normalmente los niños empiezan a presentar episodios de reflujo en las primeras semanas de vida, alcanzando el máximo sobre los 4 meses, para a partir de ahí descender y terminar desapareciendo entre los 10-12 meses de edad.
El síntoma más característico, conocido y fácil de observar es la regurgitación de alimento, cuando este pasa a la boca. Normalmente este suele aparecer tras las comidas. En los niños en los que los episodios son abundantes pueden presentar retraso en la ganancia de peso y molestias en el esófago que se suelen traducir en llanto e irritabilidad. A veces el RGE provoca síntomas respiratorios ya que pueden pasar muy pequeñas cantidades de reflujo hacia la vía aérea, dando cuadros de irritación y afonía si afecta a partes altas, o incluso dificultad respiratoria y pitos si llega hasta los pulmones.
En caso de persistir los síntomas la regurgitación se puede seguir presentando durante los primeros años de vida (edad preescolar) pero a medida que los niños van siendo mayores, en vez de regurgitación lo que notan son molestias e incluso dolor cuando se produce el RGE. Un cuadro muy típico ocurre en el denominado Síndrome de Sandifer, en el que el niño tuerce el cuello o la cabeza con los episodios de RGE, al notar el dolor ascendente. En los niños mayores la presencia de RGE no es raro que esté asociada a asma, sinusitis o laringitis.
Cómo se diagnostica
En general el diagnóstico de RGE se basa en la historia clínica y en la exploración del niño, aunque se pueden realizar una serie de pruebas con el fin de confirmar el diagnóstico en los casos más severos o en los que es posible que existan complicaciones potenciales.
Entre las pruebas hay estudios de imagen como radiografías con o sin contraste, estudios de deglución y de vaciamiento gástrico del niño o incluso pruebas de imagen y función basadas en el uso de sustancias marcadas que pueden seguirse mediante gammagrafía. La pHmetría es una prueba muy importante que sirve para comprobar el paso de contenido de estómago a esófago mediante la medición del pH, es decir, el grado de acidez del esófago, ya que el contenido del estómago es mucho más ácido que el del esófago. No es una prueba indispensable pero suele ser muy útil ya que aporta, además del diagnóstico, bastante cantidad de información sobre el número de episodios, momentos en que se producen, acidez del contenido gástrico, etc.
Otras pruebas que pueden ser necesarias son los estudios de manometría (medición de las presiones y funcionamiento de esfínteres esofágicos) o las endoscopias digestivas, en las que se puede visualizar el interior del esófago y estómago e incluso tomar muestras para biopsia en caso de ser necesario.
A menudo es necesario realizar un diagnóstico diferencial con otras muchas enfermedades que pueden producir síntomas parecidos al del RGE (vómitos y pérdida de peso) por lo que son necesarios estudios más largos y con otras pruebas complementarias.
Cómo se trata
El tratamiento del RGE, aunque sencillo en la mayoría de los casos, puede complicarse mucho en función de determinados factores, como la gravedad del RGE, la respuesta del niño a los tratamientos iniciales o las posibles enfermedades que pueda asociar. Por eso se hace siguiendo unos protocolos que se adaptan de forma individualizada a cada niño.
La primera línea de tratamiento suele resolver la mayoría de los casos. Esta primera línea se basa en modificar ligeramente los hábitos de alimentación del niño, de forma que dan tomas más pequeñas y frecuentes y con espesamiento de la comida ó las tomas. También se deben evitar los alimentos que favorecen el RGE como el chocolate o el tomate y las bebidas ácidas (zumos, refrescos) según la edad del niño. Además se suele añadir el denominado tratamiento postural, en el que se procura que el niño siempre tenga la cabeza ligeramente más elevada que el resto del cuerpo (especialmente cuando duerme).
En los lactantes que están con fórmula artificial puede ser beneficioso el uso de fórmulas antirreflujo, como por ejemplo Almirón A.R.®.
La segunda línea suele basarse en el uso de fármacos. El problema de estos fármacos es que tienen efectos secundarios que se deben considerar y adaptar a cada caso concreto. Por ejemplo, fármacos como la cisaprida ya no se usan salvo indicaciones muy concretas por los potenciales efectos secundarios que asociaba, poco frecuentes pero potencialmente severos, por lo que ha sido sustituido por metoclopramida en general. Los antiácidos, inhibidores de la bomba de protones y los antagonistas de los receptores de histamina también son útiles pero pueden producir diarrea, estreñimiento, cuadros de malabsorción, erupciones cutáneas y dolor de cabeza. Siempre deben estar pautados por el pediatra.
La tercera línea de tratamiento es la cirugía, en la que la finalidad es conseguir que el esfínter esofágico inferior funcione mejor. Para ello se realiza una especie de pliegue del estómago sobre la parte final del esófago (funduplicatura). En general la cirugía se suele relegar a los casos graves y que no responden al tratamiento con medicación. También se puede utilizar cuando hay otras patologías acompañantes que puedan conferir peor pronóstico al niño. El problema de la cirugía es que también puede producir complicaciones de múltiples tipos, sobre todo en niños que tienen otros procesos asociados. Entre estas complicaciones están las alteraciones del ritmo intestinal ó que el estómago se desplace de su sitio. A veces se asocia con la realización de una gastrostomía (colocar una sonda que sale del estómago a la pared del abdomen) para facilitar la alimentación del niño, que se da directamente a estómago a través de la sonda de gastrostomía.
Qué complicaciones puede producir
El RGE no tratado puede afectar al esófago, de forma que produce esofagitis y esta puede degenerar en estrechamiento del esófago e incluso a la larga (tras muchos años) aumenta el riesgo de tumores en dicha zona. El niño corre el riesgo de sufrir un retraso en el crecimiento debido a que la alimentación no sea suficiente debido al RGE. Por otro lado el paso de contenido alimenticio y ácido a vías respiratorias puede producir neumonías o asma, entre otros cuadros, si afecta a los pulmones, o afonía y estridor si afecta a garganta.
Qué pronóstico tiene
En general es bueno en la mayoría de los niños, ya que el cuadro suele desaparecer al año de vida en casi todos. Todos los niños pueden tener episodios de RGE de forma aislada y puntual. Pero en los casos en los que el RGE persiste más allá del año de vida puede que exista un proceso que lo esté desencadenando, por lo que es habitual que el pediatra inicie estudios más detallados.
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