El trastorno de ingesta compulsiva es un cuadro psicológico, relativamente frecuente en la adolescencia —y sobre todo en los países desarrollados—, que puede llegar a constituir un auténtico problema, en caso de no controlarse a tiempo. De hecho, es un cuadro que posee algunos aspectos en común con la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa, con los que se puede entremezclar y superponer.
En el de ingesta compulsiva pura, lo que suele suceder es que existe una educación alimentaria inadecuada, de forma que el adolescente presenta un patrón de comidas alterado. Por eso es frecuente verlo en adolescentes en los que en su familia hay miembros con obesidad y en las que suele encontrarse también este patrón alterado en otros miembros.
Qué síntomas produce el trastorno de ingesta compulsiva.
En el trastorno de ingesta compulsiva el niño lo que presenta de forma característica son los episodios de atracones que también se ven de forma típica en la bulimia nerviosa. Pero, a diferencia de esta última, en el trastorno de ingesta impulsiva el niño luego no hace las dietas de restricción o se induce el vómito para compensar las ingestas masivas de comida. Por eso, y a diferencia de lo que ocurre tanto en la anorexia nerviosa como en la bulimia, en el trastorno de ingesta compulsiva los niños suelen presentar aumento de peso. Sin embargo, lo más llamativo no es el aumento de peso, sino los síntomas psicológicos que aparecen a la vez. Dentro de ellos, son especialmente llamativas las malas relaciones sociales. El mayor riesgo de un cuadro de ingesta compulsiva es que, de no controlarse, con el tiempo pueden terminar asociando cuadros de depresión, ansiedad y consumo de tóxicos, como por ejemplo alcohol.
Cómo se puede sospechar o diagnosticar un trastorno por ingesta compulsiva.
Tanto la sospecha como el diagnóstico se basan en los datos aportados por la familia (que no siempre consulta por este motivo) y en la realización de la historia clínica y la exploración, ya que es importante que el pediatra descarte otros procesos parecidos o que puedan estar asociados, como la anorexia y la bulimia nerviosas. Para diagnosticar a un adolescente de trastorno de ingesta compulsiva se valora la presencia de episodios de atracones que a veces se producen hasta sin hambre, al menos dos veces a la semana, y durante al menos seis meses. Al mismo tiempo, presentan un sentimiento de vergüenza por comer, pero que sin embargo no le impide realizar esos atracones. Por último, después de los atracones, no hacen dietas ni vomitan para expulsar lo que han ingerido.
Cómo se tratan.
Normalmente el tratamiento se basa en el apoyo psicológico mediante distintas técnicas psicológicas que se aplican según cada caso concreto. Es importante asociar educación del niño, sobre todo en el comportamiento con la ingesta y en nociones nutricionales. Igual que ocurre en la bulimia, puede ser útil el apoyo con determinados fármacos antidepresivos que en este caso suelen ayudar a corto plazo, aunque a largo plazo es más efectivo el tratamiento psicológico. Lo que sí es importante es que el tratamiento, si bien suele ser efectivo, ha de iniciarse de forma precoz para no empeorar el pronóstico.
Qué pronóstico tiene el trastorno de ingesta compulsiva.
Es en general bueno, incluso sin tratamiento, siempre que el niño adquiera unos adecuados hábitos de ingesta y de comportamiento frente a la comida. Es decir, solo por madurez, el niño suele mejorar y deja de realizar los atracones. Sin embargo, si esto no sucede o bien no se actúa de forma precoz, sí es posible que aparezcan complicaciones, como problemas en las relaciones sociales del niño (como aislamiento) o bien depresión, ansiedad e incluso consumo de tóxicos. Por eso es importante que, de sospecharlo, la familia actúe pidiendo ayuda a su médico o pediatra.
¿Se puede prevenir?
Es complicado prevenirlo, porque cuando comienza a aparecer, el niño suele esconderse para hacer los atracones. Y peor aun, si en la familia no existen buenos hábitos nutricionales, es posible que los atracones o el peso del niño no llamen la atención de los padres. Pero cuando se conoce su existencia sí que se puede actuar mediante el apoyo familiar y psicológico, fomentando los hábitos de vida saludables y, por supuesto, consultando al médico o pediatra.
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